Tenía que llegar y ha llegado. A Pep la cantera le llevó a
la gloria y le permitió modelar un proyecto a base de nueva hornada pero, es posible, que también le haya acarreado consecuencias
indeseadas al haberles dado demasiado protagonismo a ciertos chavales quizás no
preparados para estar a la altura de partidos de semejante trascendencia.
La soltura y malicia de Drogba frente a la inocencia y las
prisas por demostrar su valía de un lampiño Cuenca. No son partidos para
novatos ni para hacer experimentos con gaseosa.
Cierto es que pasado
el toro, todos toreros y las críticas sobre Pep no han hecho más que
comenzar pero, lo mismo que criticamos los desaciertos de Pep, no deberíamos
dejarnos llevar por el calentón del momento y cargar sobre sus espaldas una
carga demasiado pesada, demasiado inmerecida.
Podemos defender que nunca debió aceptar una temporada más,
esta en la que su proyecto agoniza, languidece… pero, en su día, firmó su
renovación motivado por el impulso que da estar montado en la cresta de la ola
y animado por una afición que teme quedarse huérfana de Pep.
Si bien sería un acto de injusticia suprema anteponer lo
inevitable del final de una era sobre la época dorada que Pep ha traido al Nou
Camp. El Barça ha alcanzado su culmen. Han llegado a ese punto en el
que se tiene tan asumida la victoria que no se disfruta y cuando se tropieza
con la derrota se buscan excusas en la mala suerte y en las decisiones tomadas.
Guardiola se irá si no hoy, mañana y vendrá otro que tendrá
que lidiar con una institución –incluyendo afición, directiva…- resacosa de una
borrachera de victorias que la ha hecho dependiente.
Pedirá, por tanto, más y llegará el momento en el que, con
la perspectiva que da el echar la vista atrás en el tiempo, pedirán que Pep
regrese para dar nombre al innombrado Campo Nuevo. Para entonces las nuevas
generaciones ya no serán únicamente culés.
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