Hace escasamente cuatro meses Manolo Preciado se despedía de la afición
del Sporting prometiéndoles que sería de ese equipo toda su vida, que sería socio
del Sporting “hasta que me muera” Desgraciadamente el destino ya le había
puesto fecha a sus andanzas por estos lares.
La vida se le ha hecho corta pero desgraciadamente
intensa. En apenas una década ha perdido a su mujer, a su hijo adolescente y a
su padre. La primera por un cáncer y los últimos por sendos trágicos accidentes
que predispondrían a cualquier persona a maldecir al destino por cebarse en
exceso. Dicen que la pérdida de un hijo es la mayor losa que puede caer sobre
la conciencia de un ser humano. Y en pocos meses, no solo tuvo que cargar con
ese peso insoportable sino que también su padre se le fue para siempre.
La puñalada definitiva le ha sobrevenido cuando
iniciaba una nueva andadura por el sótano del fútbol español. Pretendía
conseguir lo que ya había conseguido en varias ocasiones con otros equipos:
ponerse al servicio de los modestos para regalarles la gloria que la vida tanto
le negó a él.
Se va un tipo de los que estamos más que necesitados
en los tiempos que corren. Su máxima era la de hablar claro, la de no
achantarse por mucho rival que tuviese enfrente o por mucho chulo que
pretendiese amilanar a sus jugadores. Así era Manolo. Buena persona, según
quienes más le conocían. Un tipo irrepetible según algún comentarista deportivo
que tuvo la gran suerte de conocer a este cántabro de pro.
Decía Preciado que “La gente no
te engaña cuando la miras a los ojos o te da un abrazo llorando. Hay
sentimientos que no se pueden fingir”. Hoy el mundo del fútbol es incapaz de
esconder que su pérdida deja huérfana a alguna afición y un profundo
desconsuelo en quienes todavía creemos que quedan personas íntegras.
En otra ocasión también aseveró que ante los golpes de la vida –tantos
y tan duros- prefirió mirar al cielo y crecer a pegarse un tiro. Hoy ese cielo
que le sirvió para levantarse tras los arrebatos ha decidido reunirlo con los
suyos allí donde la eternidad mitifica a los grandes.
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