12 de julio de 2010

"La inmortalidad es...

... una especie de vida que adquirimos en la memoria de los hombres". Y eso es lo que lograron los 23 hombres que en la noche de ayer convirtieron, por primera vez en la Historia, a la Selección Española de fútbol en campeona del mundo. La inmortalidad de su gesta. En cada memoria se ha grabado, con letras de oro, lo logrado por semejante ejército de domadores de pelota.

Y es que parece que, habiendo pasado unas pocas horas, todavía no asimilamos que el fútbol nos haya regalado tan preciado trofeo, tan valioso honor. Que sí, que somos campeones -grita en el silencio el titular del diario Marca intentando, en vano, que despertemos del sueño en el que estamos sumidos millones de personas en todo el mundo-. Conquistadores somos según La Gazzetta dello Sport ante semejante aluvión de demostraciones en cada faceta del juego, en cada situación, en cada zona del campo. La fiesta de la técnica y la osadía ha sido la vencedora según el diario O Globo. Y ha sido precisamente eso lo que nos ha conducido a empalagar de caricias al cielo. Hemos ido siempre con la técnica por delante frente a la marrullería obscena. Hemos ido, ante todo, con la valentía del juego ofensivo frente al canguelo desnaturalizado del fútbol moderno. Que la sigan tocando bromea el diario Olé. Completamente de acuerdo. España se ha pasado el Mundial de Sudáfrica manoseando la bola cual niño con su perro de cría regalado por su cumpleaños. Al límite de que algunas federaciones nacionales nos acusasen de violación al Jabulani. De acoso. De atosigamiento. Al tiempo, el mismo diario, pone en entredicho las críticas de Maradona -para los que no creyeron...- a semejente estilo: ¿no sería mejor imitarlo?. Lo sentimos. Las falsificaciones no se admiten. Es el nuestro un equipo inimitable. Cualquier plagio que se pretenda será un fracaso. La materia prima es irrepetible. Ni se crean ni se destruyen. Son eternos. Señores del mundo manifiesta el diario A Bola. Nada más y nada menos. El resto de rivales está formado por jugadores mejores o peores, más o menos técnicos. Los nuestros son señores que se definen por su elegancia. Caballeros del verde. Galanes del Jabulani y de las vuvucelas. El diario Clarín se refiere a la Selección como los nuevos reyes. Nuestro reino no es de este mundo. Nuestro reino es el mundo. Por los siglos de los siglos.

Está claro. El mundo admira nuestra forma de tocar el balón. Pocas veces un campeón del mundo se lo mereció tanto. La copa se ha ganado en el término más profundo del vocablo. Ganar es triunfar, aventajar a los rivales, rebasarles, adelantarles, superarles... Y todo eso hemos hecho. Nos habrá costado más o menos. Pero lo hemos acabado consiguiendo. El destino esta vez se ha portado. Nos tenía reservado un lugar en la eternidad del fútbol en la que se encuentran archivados minutos inolvidables de la Historia.

Por su parte los artífices de tamaña victoria no han estado a la altura de las circunstancias. Han estado por encima de ella. Ante la naranja mecánica -más bien sierra mecánica como ha apuntado el sindicalista Méndez- se han mostrado como lo que son: un conjunto de hombres extremadamente disciplinados bajo la batuta de Don Vicente del Bosque -Vicente I de España- que ha demostrado que no hace falta ser un cacareador para conseguir poner las cosas en su sitio. Luis Aragonés ha pecado de resentido poniendo, en ciertas ocasiones, en serio peligro la inmaculada convivencia del grupo. En esta ocasión, como en muchas otras, no ha estado a la altura.

Como tampoco estuvo a la altura la selección holandesa más preocupada en partir piernas y reventar esternones que en jugar al balón que era de lo que se trataba. Renunciaron a su himno que reza "al rey Señor de España rendí yo siempre honor". Y acabaron rindiéndonos pleitesía. Y tampoco estuvo a la altura el árbitro. Si en su vida de policía -era su profesión antes de dedicarse, en perjuicio del fútbol, al arbitraje- ponía tantas multas cada 90 minutos como tarjetas mostró ayer, no llego a entender las abultadas cifras del déficit público británico. Y es que, bromas aparte, su papel fue impropio de un árbitro que -se supone- han elegido para la final por sus dotes. No paró de interrumpir el partido. Perdonó un mínimo de tres expulsiones a los holandeses, estaba siempre mal colocado en el campo -incluso cortó algún balón-... Lo tuvo todo. Y todo malo. Fue el protagonista y eso, en una final, arruina el fútbol y la fiesta. Probablemente -y siempre que la FIFA no tome alguna de sus medidas estrella- su próximo destino será la nevera.

Pero sin duda alguna lo verdaderamente importante se logró. En nuestras memorias ya tiene vida lo que, hasta ayer, era un sueño. Aquello que nuestro fútbol ha esperado 90 años -se dice pronto- ha llegado. Muchos ni lo vieron -Jarque y Puerta siempre con nosotros-. Ellos también son inmortales porque, como decía al principio, su recuerdo ya tomó vida en nuestras conciencias. Va por ellos. 

  

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