7 de abril de 2011

Bruselas vuela en clase hypocrisy

Entre austeros de boquilla anda la cosa. Entre bocazas de los tiempos de miseria que nos han tocado sufrir se mueve el patio. Dime con quién andas y te diré quién eres. Si andas despilfarrando serás un caradura para ese nuevo Dios que todo lo comenta, ese a quien han convenido en bautizar como San Twitter.

El arrebato de indignación al que puede uno llegar es comparable, como poco, a la hipocresía de nuestros representantes en ese superparlamento que no representa a nadie. Están en misa y, a la vez, repicando. Cosas de la vida. Por un lado te abrochan el cinturón bien fuerte para que no se te ocurra despilfarrar y, por el otro, se lo aflojan de tal manera que a las arcas públicas se le caen los pantalones. El resultado es que sus miserias se quedan con el culo al aire. Nuestra dignidad, a la altura del betún.

No entiendo como puede ser que quienes hacen turismo viajen en clase de negocios. No me entra en la cabeza. Tampoco puedo entender que llamen business a lo que nada tiene que ver –supuestamente- con los negocios aunque seguramente, puestos a descartar, descartemos antes lo de clase turista.

O sus señorías son muy cómodas o quienes permiten semejante dispendio –léase, ellos mismos- ignoran una realidad tan grande como el propio parlamento: lo que ellos gastan en un viaje de ida y vuelta a Bruselas no lo gana un obrero español en un mes ni aunque se ponga ciego a horas extras.

Primero el revuelo y luego las excusas. Yo no sabía, yo no me di cuenta, me engañaron… No nos vale. Se les vio el plumero. Se demostró que la comodidad pudo más que la apariencia. Que clase business suena mejor que turista. Que dos horas escasas de viaje sumadas a otras tantas sentados y sentadas agotan las posaderas del más vago. Se coge antes a un mentiroso que a un cojo.

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