19 de enero de 2011

12.000 razones -cada semana- para llamarnos idiotas

Unos dicen que hemos perdido el sentido común. Otros, que nos hemos vuelto locos. Yo, en cambio, creo sinceramente que nos están tomando el pelo y que, además, les hemos convencido –tiempo nos ha costado- de que somos gilipollas. Y, como tal, así nos tratan.


No acabo de ver “el gran avance” -que diría el ministro Caamaño- que supone un Senado español en el que sus miembros y miembras –que diría la otra- se ven obligados a utilizar raros artilugios para entenderse. Ni pies, ni cabeza: entre españoles que hablamos y entendemos el español necesitamos recurrir a traductores simultáneos para desarrollar la labor de una institución que carece de utilidad real.

Y mientras hay que reconocer que no existen en este país problemas más importantes de los que preocuparse. Por ejemplo, el despilfarro que nos ha llevado a la crítica situación de solvencia económica en la que nos encontramos. Pues bien, apretaros el cinturón –gustosos y sufridos ciudadanos- que ya se encargarán otros de tirar por la borda 12.000 euritos de nada que cuesta a la semana la macabra broma de los traductores del Senado. Como diría cierto nacionalista provinciano vasco “tampoco es tanto dinero”. No quieres caldo, toma dos tazas.

Y es que este país difícilmente puede arreglarse con la cultura del “todos tranquilos, no pasa nada”. El problema es que mientras los responsables directos de esta situación –los nacionalismos más excluyentes e interesados- apuestan por exprimir al Estado hasta que quede extasiado, los responsables indirectos –los que han cedido en cada negociación, en cada ley, en cada pacto de estabilidad,…- están atrapados en aquel dicho que dice aquello de “quién le pone el cascabel al gato”.

Y en esas estamos. Mientras la economía nacional se desangra, la población se empobrece… los encargados de evitarlo se dedican a marear la perdiz con memeces de este calado. A este paso en vez de ver la luz cada vez más cerca al final del túnel, dejaremos de verla definitivamente. Será entonces cuando nos dirán que el problema es que nos hemos quedado ciegos y viviremos, en consonancia con nuestra arraigada ignorancia, en la felicidad más idiota.


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