21 de enero de 2011

Españoles, el fútbol ha muerto

Quiero dejar bien claro, antes de nada, que mi posición respecto al tema que hoy toca en este blog es de una imparcialidad absoluta. Evitad, por tanto, buscar tintes anti o pro madridistas por un lado o anti o pro culés por otro lado. No los vas a encontrar. La realidad, en ocasiones tozuda, es la que es. No hay más.

Mi pasado como ferviente seguidor madridista se convirtió, con el paso de los años, en una amargura existencial –futbolísticamente hablando- cuando ciertos hombres de negocios –de sus negocios, obviamente- dieron el salto al fútbol para cargárselo. Para acabar con la tradición del deporte rey, para prostituirlo hasta tal punto en el que a algunos se nos quitaron las ganas de seguir, como antaño, deseando que llegase el fin de semana para fundir pilas al compás del TJ de la Cope.

La comparación, por odiosa que sea, de los dos grandes resulta muy aclaradora de lo que el fútbol necesita encumbrar y de lo que necesita desterrar: cantera que se crea los valores del club frente a mercenarios que, a base de talonario, fuerzan un sentimiento que en la vida podrán creerse. Capacidad de sacrificio y de humildad en la victoria frente a capacidad para buscar excusas y recurrir al mal gesto en la derrota. En definitiva, Real Madrid frente a FC Barcelona.

Sobra dinero y falta sentimiento. Sobran nombres y faltan hombres. Sobran capitalistas y faltan personas que entiendan lo que el fútbol significa y que sean capaces de creerse el escudo del club que representan como si de una religión se tratase. Porque, por muy cursi o trasnochado que pueda sonar, el fútbol es de la gente y para la gente. Se debería desterrar de los terrenos de juego la expresión de propiedad privada.

Y es que de lo contrario surgen los problemas. Fijaros sino en el caso de la Cultural y Deportiva Leonesa, en estado de muerte cerebral como consecuencia de las desastrosas gestiones intencionadamente llevadas a cabo con el imperdonable fin último de satisfacer el interés personal por encima del interés del estoico aficionado que no es otro que el de acudir al estadio y gozar y sufrir, a partes iguales, con cada regate de sus jugadores.

No ha sido el primero en desaparecer. Desgraciadamente, tampoco será el último. O se cambia de esquemas en el mundo del balompié o lo único que merecerá la pena será ir al patio de un colegio a ver cómo los chavales de la educación primaria se dejan la piel, las lágrimas y el corazón por defender, a cambio de nada, los colores de la camiseta de su instituto.

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