26 de enero de 2011

Si eres español, eres juez

Podríamos calificarlos como colosos venidos a menos, como gigantes que renunciaron a la grandeza de la gloria para ser engullidos por la malvada pequeñez de la trampa. Podríamos, sin necesidad de dar más rodeos, tacharlos de tramposos y, por consiguiente, de presuntos delincuentes. Pero no. Me niego.

Y es que en este país estamos demasiado acostumbrados a criminalizar, a dar sentencias en cada esquina, a prejuzgar en cada comentario y a condenar a “presuntos” luciendo la toga del atrevimiento. Ya lo decía la atleta palentina, Marta Domínguez: “España no se ha portado bien conmigo”. Por qué negar una evidencia.

Puede ser cierto que, a la luz de las informaciones aparecidas en los medios de comunicación –ávidos, por otra parte, de carnaza fresca para servir a quien guste-, la realidad creada, artificial… nos abrume y nos lleve a situarnos en el lado equivocado del Sistema. Ese lado en el que cada uno de nosotros somos jueces y policías de la rama científica. O bien ese otro en el que jugamos a periodistas lanzando al vuelo grandilocuentes titulares. Este país es así.

Sin embargo no conviene negar las realidades y estas, en ocasiones, son el sendero correcto por el que transcurrir para evitar perdernos en un contexto de manipulación y lenguaje fácil. Y esas realidades han puesto en el punto de mira -más de lo recomendable- a nuestros mejores deportistas. Sigo manteniendo la pulcra defensa de la presunción de inocencia que ampara a todo ser viviente pero, añado, que la imagen que se transmite no es la más aconsejable, la continua sombra de la sospecha sobre nuestras medallas no es bien recibida.

Porque no debemos de olvidar que son muchos los niños que entrenan duro, cada día, para rozar siquiera un pedazo de la gloria que alcanzaron sus ídolos en las competiciones más renombradas del mundo. Y tampoco debemos de olvidar aquello de “coge la fama y échate a dormir” porque corremos el serio riesgo de alcanzar ese punto en el que nuestro deporte, rendido ante la evidencia de su penosa fama, caiga en la eterna siesta que lo destierre de los altares de la historia.

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