30 de marzo de 2011

Ciegos con tortícolis

Decía Goebbels en sus recetarios de propaganda política que una mentira repetida mil veces al populacho se acaba convirtiendo en verdad. En España diríase que incluso se convertirá en verdad suprema. Tan mal nos han acostumbrado nuestros mayores políticos.

Corren tiempos de zozobra, de atontonamiento generalizado en el país de los tontos, en todos los rincones del mundo parecen cocerse habas pero ¡ay en España! Aquí, como glotones comensales de creérselo todo de cabo a rabo, cocemos a calderadas las historias que nos intentan meter dobladas para deglutirlas con mayor facilidad.

Lo he dicho y lo repito. No hay más ciego que el que no quiere ver y en España parece que todos nos hemos practicado demasiado en eso de torcer el cuello a modo de mirar para otro lado. O no queremos ver la realidad porque es demasiado fea o preferimos hacernos los tontos. Un tonto hace a un ciento si le dan lugar y tiempo.

Hace ya mucho tiempo que del vocabulario empleado en las altas esferas, las más distinguidas proles, despareció esa frase tan políticamente correcta de la asunción de responsabilidades. Ni siquiera se habla ya de responsabilidades. La catadura política se mide en onzas de oro. Como antaño.

No hablamos de jugar a las canicas. Hablamos de jugar a ser terroristas. Hablamos de canjear tratados políticos. ¿A cambio de qué? A cambio de arrepentimientos forzados, a cambio de palabras falsas, a cambio de rodilla, de sumisión, de sometimiento. A cambio de dar la razón a sabiendas de que implica asumir los errores nunca cometidos. A cambio de que seamos putas y tengamos encima que poner la cama. ¡Virgencita, virgencita que me quede como estoy!

Se aprovechan de nuestra situación. En los últimos tiempos solo nos preocupa un camino: el que nos lleva a la oficina de desempleo más cercana. Así de triste es el hábitat en el que se mueve ese ser humano, ser vivo… ese sujeto al que llaman español.

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