15 de marzo de 2011

Japón y Libia, mismo destino

Parece que ya nadie mira a las revueltas libias, egipcias, tunecinas… después de que lo que se revolviera de verdad fuesen los intestinos de la Tierra, después de que las placas tectónicas se pusiesen de actualidad. Trágica y dantesca actualidad.

Pero la vida sigue. Al menos donde no fue segada.

Al tiempo que contamos por 10.000 los muertos en Japón en Libia, mientras tanto, contamos rebeldes caídos a manos del régimen del otrora querido Muamar. Así de hipócrita golpea la vida. Tal es la magnitud de los movimientos de las masas. Y no solo las tectónicas.

Parece como que a las masas rebeldes libias que combaten incansablemente para contar por derrotas sus infructuosas batallas pudiesen ser comparadas con los nipones que pelean como jabatos para ordenar lo que parece imposible: un país arrasado física y moralmente.

Los rebeldes pierden a cada día que pasa más palmos de terreno frente a las rudas fuerzas de Gadafi. Los nipones viven, desde el día del tsunami, bajo el yugo de la catástrofe impuesta por lo natural contra la que no cabe sublevarse y contra aquella que les barrió el futuro a modo de ola gigante.

El ser humano siempre buscó en las raíces de sus males causas ajenas. El orgullo nos impide crecer. Tampoco nos deja ser felices. Los libios piden la cabeza de su líder verde. Los nipones agotarán sus días buscando un culpable físico y carnal al que echarle las culpas. No lo hay. Absurdo pararse siquiera a pensarlo…

La naturaleza demuestra cada cierto tiempo su fuerza. Nadie la podrá vencer. Si los terremotos son episodios naturales, el colador en que se ha convertido la atmósfera no lo es. Llegado el día en que quiera demostrarnos que borrarnos del mapa es tan sencillo como evitar que respiremos, lo hará.

Nadie buscará entonces al culpable. Entre todos lo buscamos.

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