21 de marzo de 2011

Libia... ¿Quién es ángel y quién demonio?

Todo en la vida es relativo. Depende de por dónde se le mire. Depende de cómo se le mire. Depende de cuándo y cuánto se le mire. En definitiva, depende. Y en Libia, como no podía ser de otra manera, también las cosas de la guerra dependen. Sobre todo de quien las cuente.

Gadafi, ese ser que un día se abría camino entre las aguas de la política europea a base de negocios millonarios, se ha convertido en el malo de la película. Quienes disponían territorios privilegiados para que asentara su jaima y pudiese soñar tranquilo ahora le despiertan del sueño y con ello no dejan dormir al resto de libios que pasaban por allí. Sin comérselo ni bebérselo. En esas andan los pobres.

En el lado opuesto, enfrente tenemos a los “representantes de la libertad”, los salvapatrias. Si los llamaron rebeldes fue por algo. Conocidos por sus contactos con el terrorismo islamista ahora nos los venden como defensores supremos de la libertad. Bengasi, cuna de combatientes. En su decálogo una idea clara: derrocar a Gadafi para repartirse el pastel. Mi mente no alberga dudas al respecto. Ninguna.

Ahora parece que las resoluciones de la ONU son verdades incorruptas. ¿De qué justicia hablamos, me pregunto, si cinco de sus decisores pueden vetar una resolución en la que se diga que el sol sale por el este? Vetos nunca fueron buenos amigos de las libertades. Las guerras tampoco.

Ya lo decía Sun Tzu en El arte de la guerra: aquellos incapaces de comprender los peligros inherentes al empleo de tropas, son igualmente incapaces de comprender cómo emplearlas ventajosamente. Me pregunto qué hacía Chacón planeando estrategias militares rodeada de mandos generales.

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