31 de marzo de 2011

Gibraltar bien vale un viaje absurdo

Nos salen ya por las orejas tanto viaje absurdo, tanto discurso edulcorado y tanto banquete tripero que siempre acaban degustando los de siempre, los huéspedes palaciegos.

En un entorno catastrófico en el que los súbditos regios intentar a dura penas no sucumbir en el intento de bucear por las turbias aguas del panorama patrio, se nos presenta un tal Carlos que viene de visita oficial con su prole, también oficial, a base de libras contantes y sonantes.

Lo que hay que aguantar. Y claro, luego se nos presentan desmayos de guardias y guardianes, improvisaciones de niños y profesoras encantadas de semejante visita y, cómo no, analistas de moda que pretenden escudriñar hasta las entrañas los modelitos de pasarela lucidos por las consortes.

Qué nos queda. Después de esto qué nos queda, me pregunto. Ante semejante visita me ronda sobre la cabeza el interrogante existencial sobre las consecuencias, los resultados y lo sustancioso de la visita. Quizás solo quede eso, la visita. Menos da una piedra y manca más.

Para la hemeroteca quedarán las palabras del príncipe Felipe sobre el inacabado, inacabable y, en cierta medida, artificioso conflicto del Peñón que rendimos obligados en Utrecht hace ya casi tres siglos y por el que todavía suspiramos. Pa ti pa siempre. Artículo X.

Será por eso por lo que sus gentes no quieren ni oír hablar de España. Hasta en el Mundial de fútbol prefieren que perdamos. Los últimos serán los primeros. Últimos en Utrecht pero primeros en Sudáfrica. ¡Ole!

Y lo más importante. Tanta portada principesca, tanta aparición felipiana, tanto protagonismo, tanta delegación de funciones, tanto, tanto, tanto… Quizás llegó en el momento de aplicar lo que decía el clásico: de joven te toca gustar, de viejo te toca no molestar.

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