2 de marzo de 2011

Viaje hacia ninguna parte

Una imagen vale más que mil palabras. Una situación vivida probablemente valga más que la propia imagen. Una experiencia no tiene precio ni comparación posible.

En esas me encontré yo esta mañana cuando asistía a una clase de Marketing Internacional en la que abundan los alumnos Erasmus que llegan a superar incluso a los que somos nacidos acá que dirían ellos.

La situación vivida no puede ser más ejemplarizante y, al mismo tiempo, más impactante y penosa por igual: mientras visionábamos un video con la alocución en inglés, alemanes, franceses, mejicanos… reían las gracias que se relataban mientras los españoles, atónitos ante un idioma que nos sonaba a chino mandarín, nos mirábamos unos a otros con caras de… idiotas.

Adiós mi España querida que diría la canción. Parece evidente que vamos para atrás como los cangrejos. Solo hace falta convivir en una Facultad unas horas con unos cuantos alumnos venidos de otros países para darse cuenta de lo negro que es el futuro de nuestro país.

Ante la evidencia de que su dominio del inglés es insultantemente mayor que el nuestro se pueden comprobar otra serie de carencias estructurales entre el alumnado español –comparación extrapolable al conjunto de toda la sociedad-

El simple hecho de llegar tarde a una clase –aceptado casi como norma por alumnos y profesores españoles- ya nos dice bastante de la falta de valores de una sociedad como la española que ya hace mucho tiempo olvidó el significado del respeto y la educación.

El compañerismo mostrado entre ellos chirría con nuestras continuas envidias e intencionadas zancadillas que buscan desestabilizar al de enfrente para alcanzar nuestras metas sin importar el cómo. El fin, en España, justifica los medios.

Su ambición ante la consecución de logros en el exterior para importarlos a sus países y ayudarlos a crecer choca de lleno con nuestras morales desgastadas por las cifras de paro que calan hondo entre una juventud que mira hacia el futuro en otro idioma.

Y yo me pregunto ¿Nos merece la pena seguir aprobando planes de estudio, leyes orgánicas… si hemos interiorizado en nuestra cultura los valores más detestables y las formas más ruines de actuar? Donde no hay pies, no puede haber cabeza…

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